DIÁLOGO Y DISCUSIÓN
Hay dos tipos
primarios de discurso, el diálogo y la discusión.
Ambos son importantes para un equipo capaz de aprendizaje
generativo continuo, pero su poder reside en su sinergia,
que tendrá menos probabilidades de aflorar a menos que se aprecien
las distinciones entre ambos.
El científico David Bohm señala que la palabra ‘discusión’ tiene
la misma raíz que percusión y concusión. Sugiere algo
parecido al peloteo de ‘una partida de ping-pong’. En esa
partida, el tema de común interés se puede analizar y diseccionar
desde muchos puntos de vista suministrados por los participantes.
Claramente, esto puede ser útil. Sin embargo, el propósito del
juego normalmente es ‘ganar’, y en este caso ganar significa
lograr que el grupo acepte nuestros puntos de vista.
En ocasiones
podemos aceptar parte del punto de vista de otra persona para
fortalecer el nuestro, pero fundamentalmente deseamos que
prevalezca el nuestro. El énfasis en el acto de ganar, sin
embargo, no es compatible con la prioridad de la coherencia y la
verdad.
Bohm sugiere que para lograr ese cambio de prioridades se necesita el ‘diálogo’,
que es otra modalidad de comunicación.
La palabra DIÁLOGO viene del griego DIALOGOS. DIA significa ‘a
través’. LOGOS significa ‘palabra’ o, más
ampliamente, ‘sentido’.
Bohm sugiere que el significado esencial del diálogo era ‘el
significado pasando o moviéndose a través... un flujo libre de
significado entre las personas, como un arroyo que fluye entre dos
orillas’. En el diálogo, sostiene Bohm, un grupo
tiene acceso a una mayor ‘reserva de significado común’,
a la cual no se puede tener acceso individual. ‘El todo
organiza las partes’ en vez de tratar de amalgamar las
partes en un todo.
El propósito
de un diálogo consiste en trascender la comprensión de un solo
individuo. ‘En un diálogo no intentamos ganar. Todos
ganamos si lo hacemos correctamente’. En el diálogo, los
individuos obtienen una comprensión que no se podría obtener
individualmente. ‘Una nueva clase de mente comienza a cobrar
existencia, la cual se basa en el desarrollo de un significado común...
La gente ya no está primordialmente en oposición, y tampoco se
puede decir que esté interactuando, sino que participa de esta
reserva de significado común, que es capaz de un desarrollo y
cambio constante’.
En el diálogo,
un grupo explora asuntos complejos y dificultosos desde muchos
puntos de vista. Los individuos ponen entre paréntesis sus
supuestos pero los comunican libremente. El resultado es una
exploración libre que permite aflorar la plena profundidad de la
experiencia y el pensamiento de las personas, y sin embargo puede
trascender esas perspectivas individuales.
‘El
propósito del diálogo –sugiere Bohm-, consiste
en revelar la incoherencia de nuestro pensamiento’.
Hay tres
tipos de incoherencia.
1) El
pensamiento niega que es participativo.
2) El
pensamiento deja de rastrear la realidad y ‘simplemente continúa,
como un programa’.
3) Y el
pensamiento establece su propia pauta de referencia para
resolver problemas, problemas que él mismo contribuyó a crear.
Como ejemplo,
consideremos el prejuicio. En cuanto una persona acepta un
estereotipo acerca de un grupo particular, ese ‘pensamiento’ se
transforma en un agente activo que ‘participa’ en la
manera en que la persona interactúa con otra persona que
pertenece a esa clase estereotipada. A la vez, el tono de la
interacción influye sobre la conducta de la otra persona. La
persona prejuiciosa no entiende que este prejuicio modela lo que
‘ve’ y su manera de actuar. En cierto sentido, si fuera así, ya
no tendría el prejuicio. Para operar, el ‘pensamiento’ del
prejuicio debe permanecer oculto para quien lo profesa.
‘El
pensamiento se presente (se manifiesta a nosotros) y finge
que no representa’. Somos como actores que olvidan que están
representando un papel. Quedamos apresados en el teatro de nuestros
pensamientos (las palabras ‘teatro’ y ‘teoría’ tienen la
misma raíz, TEORÍA, ‘mirar’). Allí es donde el
pensamiento comienza, en palabras de Bohm, a volverse ‘incoherente’.
‘La realidad puede cambiar pero el teatro continúa’. Operamos
en el teatro, definiendo problemas, realizando actos, ‘resolviendo
problemas’, perdiendo contacto con la realidad más amplia en la
cual se genera el teatro.
El diálogo es
un modo de ayudar a la gente a ‘ver la naturaleza representativa y
participativa del pensamiento (y)... a volverse más sensible a
la incoherencia de nuestro pensamiento y lograr que sea más
seguro admitirla’.
EN EL DIÁLOGO
LAS PERSONAS TIENEN LA OPORTUNIDAD DE APRENDER A OBSERVAR SUS
PROPIOS PENSAMIENTOS.
Observan que su
pensamiento está en actividad. Por ejemplo, cuando un conflicto
aflora en el diálogo, podemos comprender que hay una tensión, pero
la tensión nace, literalmente, de nuestros pensamientos.
Decimos: ‘Nuestros pensamientos y nuestro modo de aferrarnos
a ellos son los que están en conflicto, no nosotros’. Una
vez que vemos la naturaleza participativa del pensamiento,
comenzamos a distanciarnos del pensamiento. Adoptamos una postura más
creativa y menos reactiva.
La gente que
dialoga también comienza a observar la naturaleza colectiva del
pensamiento. Según Bohm, ‘la mayor parte del pensamiento
tiene origen colectivo. Cada individuo hace algo con él’, pero el
origen es fundamentalmente colectivo. ‘El lenguaje, por
ejemplo, es totalmente colectivo –dice Bohm-. Y sin
lenguaje, el pensamiento tal como lo conocemos no existiría’. La
mayoría de los supuestos que profesamos fueron adquiridos en la
reserva de supuestos culturalmente aceptables.
Si el pensar
colectivo es un arroyo continuo, los ‘pensamientos’ son como
hojas flotando en las aguas que lamen las orillas. Recogemos las
hojas y las experimentamos como ‘pensamientos’. Creemos erróneamente
que son nuestros, porque no atinamos a ver el arroyo de pensar
colectivo que las arrastra.
En el diálogo,
la gente comienza a ver el arroyo que fluye entre las orillas.
Comienza a ‘participar en esta reserva de significado común, que
es capaz de constante desarrollo y cambio’. Bohm cree que
nuestros procesos normales de pensamiento son como una
‘tosca red que recoge sólo los elementos más toscos del
arroyo’. En el diálogo, se desarrolla una ‘suerte
de sensibilidad’ que trasciende lo que normalmente
reconocemos como pensar. Esta sensibilidad es una ‘red sutil’
capaz de recoger los significados sutiles del flujo del pensar. Bohm cree que esta sensibilidad está en la raíz de la verdadera
inteligencia.
De acuerdo con Bohm,
pues, el aprendizaje colectivo no sólo es posible sino vital
para realizar los potenciales de la inteligencia humana. ‘A
través del diálogo las personas pueden ayudarse mutuamente a
captar la incoherencia de los mutuos pensamientos, y de esta manera
el pensamiento colectivo cobra cada vez mayor coherencia (del latín COHAERERE, colgar en conjunto). Es difícil dar una definición
sencilla de coherencia, pero podemos percibirla como orden,
consistencia, belleza o armonía.
Lo importante,
empero, no es buscar un ideal abstracto de coherencia. Todos los
participantes deben trabajar juntos para volverse sensibles a todas
las formas posibles de incoherencia. La incoherencia se
delata mediante contradicciones y confusiones, pero resulta aún más
manifiesta cuando nuestro pensamiento produce consecuencias que no
deseamos.
Bohm identifica tres condiciones básicas que son necesarias para el diálogo:
1. Todos los participantes deben ‘suspender’ sus supuestos,
literalmente, sostenerlos ‘como suspendidos ante sí mismos’;
2. Todos os participantes deben verse como colegas;
3. Tiene que haber un ‘árbitro’ que ‘mantenga el
contexto’ del diálogo.
Estas
condiciones contribuyen a que el ‘libre flujo del significado’ pase
a través de un grupo, reduciendo la resistencia al flujo. Así
como la resistencia en un circuito eléctrico hace que el flujo de
corriente genere calor (energía desperdiciada), el
funcionamiento normal de un grupo disipa energía.
En el diálogo
hay ‘energía fría, como en un superconductor’. Así es posible
discutir ‘temas calientes’, asuntos que de lo contrario serían
fuente de discordia emocional y fractura. Más aún, se
transforman en ventanas para obtener visiones más profundas.
EQUILIBRIO
ENTRE DIÁLOGO Y DISCUSIÓN. En el aprendizaje en equipo, la
discusión es la contrapartida necesaria del diálogo. En una
discusión se presentan y defienden distintos puntos de vista y,
como explicamos antes, esto puede brindar un útil análisis de toda
la situación. En el diálogo se presentan varios puntos de vista
con el propósito de descubrir un punto de vista nuevo. En una
discusión se toman decisiones. En un diálogo se exploran
asuntos complejos. Cuando un equipo debe llegar a un acuerdo y
se deben tomar decisiones, se requiere un grado de discusión. A
partir de un análisis convenido en común, es preciso sopesar
diversos puntos de vista y seleccionar el preferido (lo que quizá
sea uno de los originales, o uno nuevo surgido de la discusión).
Las discusiones
productivas convergen en una conclusión o curso de acción. Los diálogos,
en cambio, son divergentes; no procuran el acuerdo, sino
una aprehensión más matizada de asuntos complejos. Tanto el diálogo
como la discusión pueden desembocar en nuevos cursos de acción;
pero las acciones a menudo constituyen el foco de la discusión,
mientras que las acciones nuevas surgen como subproducto de un diálogo.
(Peter Senge, ‘LA QUINTA DISCPLINA’) |